(Fragmento)
Los charquitos de agua que a cada paso iba dejando, dibujaban siluetas sin sentido, como sin sentido le había ido pareciendo todo últimamente a su alrededor. Todo hasta que Teresa Farelli lo había llamado. Se había enrollado alrededor de la cintura una toalla de color verde musgo y se iba secando el cabello enérgicamente a medida que caminaba de la ducha hacia el televisor. Comenzó el acostumbrado zapping. Alguien había cometido un atentando terrorista en España y las víctimas se contaban por miles. Otro barco se disponía a transportar desechos nucleares dentro del mar territorial de alguna nacioncita sin importancia. La presentadora del noticiero matutino se había hecho unos reflejos azules. El canal 50 y sus manchones de piel y fluidos.
Estos son extractos de mi primer libro de cuentos. La idea es que veas si es tu tipo de literatura panameña o no. Son Short Stories por Klenya Morales (K.M. Morales). Échales un vistazo y dame tu opinión.
viernes, 13 de julio de 2007
LA HISTORIA DE DANIELITA TREJOS
(Fragmento)
La niña de las estrellas
Caira Serrano nació por allá por un lugar muy olvidado en la villa de Antía del Mar. Era una chiquilla de piernas largas, piel aceitunada y enredados cabellos negros, con un ojo del color de la miel y el otro negro como el café sin leche. A los diez años quedó huérfana de padre y madre; a ambos les cayó un rayo mientras caminaban por la playa, tomados de la mano. La electricidad pasó del uno al otro. Caira quedó solita en la casa, contando las manchas de las paredes y cuidando de sí misma.
Entre las cosas que le habían quedado de sus fulminados padres había un inmenso baúl de madera tallada, y olorosa a pino al que ellos nunca le habían permitido acercarse. Era una de esas cosas que hay dentro de las casas, de las que todo el mundo sabe y nadie habla. Caira se quedaba horas contemplando el baúl como si sus ojos quisieran penetrar la madera, pero sin atreverse a ponerle ni un dedo encima. Muertos sus padres, al fin se atrevió a tratar de abrirlo. No pudo hacerlo. Tampoco logró cambiarlo de posición. El baúl se hizo tan pesado y hermético que prefirió olvidarse de él.
Caira había heredado una casa llena de cosas inexplicables para ella; sólo retuvo un libro de brujería, amarillento por los años y el encierro. Con él aprendió a hacer cocimientos y encantamientos. Sus padres la cuidaban desde el otro mundo; se le aparecieron en sus sueños hasta que fue mayor.
La niña de las estrellas
Caira Serrano nació por allá por un lugar muy olvidado en la villa de Antía del Mar. Era una chiquilla de piernas largas, piel aceitunada y enredados cabellos negros, con un ojo del color de la miel y el otro negro como el café sin leche. A los diez años quedó huérfana de padre y madre; a ambos les cayó un rayo mientras caminaban por la playa, tomados de la mano. La electricidad pasó del uno al otro. Caira quedó solita en la casa, contando las manchas de las paredes y cuidando de sí misma.
Entre las cosas que le habían quedado de sus fulminados padres había un inmenso baúl de madera tallada, y olorosa a pino al que ellos nunca le habían permitido acercarse. Era una de esas cosas que hay dentro de las casas, de las que todo el mundo sabe y nadie habla. Caira se quedaba horas contemplando el baúl como si sus ojos quisieran penetrar la madera, pero sin atreverse a ponerle ni un dedo encima. Muertos sus padres, al fin se atrevió a tratar de abrirlo. No pudo hacerlo. Tampoco logró cambiarlo de posición. El baúl se hizo tan pesado y hermético que prefirió olvidarse de él.
Caira había heredado una casa llena de cosas inexplicables para ella; sólo retuvo un libro de brujería, amarillento por los años y el encierro. Con él aprendió a hacer cocimientos y encantamientos. Sus padres la cuidaban desde el otro mundo; se le aparecieron en sus sueños hasta que fue mayor.
ATRAPADA
(Fragmento)
Mi historia no es una historia normal. Tampoco lo es la historia de nadie que yo conozca.
La verdad no importa mucho qué es lo que hago, o si lo que hago tiene que ver con lo que soñaba hacer cuando era pequeña. Tampoco importa mucho de dónde vengo, pues las cosas que me pasaron, me pasaron porque yo soy yo y punto. A ustedes les queda creerme o no. Y si no me creen, por lo menos aprendan las lecciones que yo aprendí.
En la historia hay un chico. Bueno, está bien; ya sé que siempre hay un chico. Pero éste no solamente es el chico. Se llama Diego. El hombre. El único. El que siempre fue. Del que nunca debí desviar mis ojos. Uno en un millón. Diego, Diego, Diego… y al decirlo de nuevo su nombre comienza a perder el significado; parece no decir nada; parece disolverse como azúcar en una taza de té. Comienzo mi relato sabiendo que lo volveré a perder, como ya lo he perdido muchas veces y de muchas formas.
Y es que Diego viajará a Europa este verano para hacer un doctorado en algo de lo que ya se me olvidó el nombre. Y yo no estoy en sus planes inmediatos. Estoy totalmente fuera de control, estoy tan fuera de mí que no me es posible alegrarme por su superación personal. ¡Al diablo con su superación personal! ¡Yo lo quiero a mi lado!
Mi historia no es una historia normal. Tampoco lo es la historia de nadie que yo conozca.
La verdad no importa mucho qué es lo que hago, o si lo que hago tiene que ver con lo que soñaba hacer cuando era pequeña. Tampoco importa mucho de dónde vengo, pues las cosas que me pasaron, me pasaron porque yo soy yo y punto. A ustedes les queda creerme o no. Y si no me creen, por lo menos aprendan las lecciones que yo aprendí.
En la historia hay un chico. Bueno, está bien; ya sé que siempre hay un chico. Pero éste no solamente es el chico. Se llama Diego. El hombre. El único. El que siempre fue. Del que nunca debí desviar mis ojos. Uno en un millón. Diego, Diego, Diego… y al decirlo de nuevo su nombre comienza a perder el significado; parece no decir nada; parece disolverse como azúcar en una taza de té. Comienzo mi relato sabiendo que lo volveré a perder, como ya lo he perdido muchas veces y de muchas formas.
Y es que Diego viajará a Europa este verano para hacer un doctorado en algo de lo que ya se me olvidó el nombre. Y yo no estoy en sus planes inmediatos. Estoy totalmente fuera de control, estoy tan fuera de mí que no me es posible alegrarme por su superación personal. ¡Al diablo con su superación personal! ¡Yo lo quiero a mi lado!
RUSH HOUR
5:30 P.M. Cualquier día. Hora de ir a casa. Sólo fue un día como cualquier otro. Ella pensaba en lo horrible de llegar a su apartamento y decirle ¡hola! al gato. El estaba harto de complacer a la gente para conservar su modo de vida; harto de mantener una relación con su teléfono celular. Hicieron contacto visual casualmente. Sin ninguna razón. Y cada uno sintió eso, por unos pocos segundos. Sí eso que hace la vida tan increíble; y tan rara.
Ella se imaginó cómo sería abrazarlo todos los días y caminar a su lado. Sin hablar, sólo caminar.
El pensó que esa era la chica más linda que había visto jamás. Y se la imaginó en su vida. Cómo sería estar a su lado y sentir su calor.
Ninguno dijo nada. La gente pasaba entre los dos. A nadie le importaba. El mundo está tan lleno de cosas que no importan… Cosas que no esperabas.
Y ella siguió su camino. ¿Por qué no puedo olvidar esos ojos? Qué pasaría si doy media vuelta y le pregunto algo? Sus manos estaban frías.
Mientras cruzaba la calle, él pensaba: ¿Qué pasaría si…? Se mezcló con la multitud.
Sería una estupidez pensar que funcionaría. Así se perdieron el uno al otro para siempre. Escaparon del casi tangible "si?" que había tenido lugar en ese momento del tiempo.
Las calles habían sido hechas para que sus caminos se cruzaran. El mar, la brisa, las palabras, el tiempo y la historia de la humanidad habían sido creados para que ese momento fuera como fue. Y ellos lo dejaron ir. Ya siempre sería muy tarde.
Ella se imaginó cómo sería abrazarlo todos los días y caminar a su lado. Sin hablar, sólo caminar.
El pensó que esa era la chica más linda que había visto jamás. Y se la imaginó en su vida. Cómo sería estar a su lado y sentir su calor.
Ninguno dijo nada. La gente pasaba entre los dos. A nadie le importaba. El mundo está tan lleno de cosas que no importan… Cosas que no esperabas.
Y ella siguió su camino. ¿Por qué no puedo olvidar esos ojos? Qué pasaría si doy media vuelta y le pregunto algo? Sus manos estaban frías.
Mientras cruzaba la calle, él pensaba: ¿Qué pasaría si…? Se mezcló con la multitud.
Sería una estupidez pensar que funcionaría. Así se perdieron el uno al otro para siempre. Escaparon del casi tangible "si?" que había tenido lugar en ese momento del tiempo.
Las calles habían sido hechas para que sus caminos se cruzaran. El mar, la brisa, las palabras, el tiempo y la historia de la humanidad habían sido creados para que ese momento fuera como fue. Y ellos lo dejaron ir. Ya siempre sería muy tarde.
EN TORNO AL GIRASOL
(Fragmento)
Mi rutina de supermercado no es lo que se diría una actividad de esparcimiento. El simple hecho de tomar la carretilla, en la que hay invariablemente una rueda que siempre va en una dirección opuesta a la de las otras tres, me hace perder la paciencia. Y es inútil agarrar otra, pues todas son iguales. Obviamente hay que descartar la cesta de mano, pues siempre acabo necesitando algo más grande, es decir, metiendo la cesta dentro de la carretilla con la rueda que va en contra.
Después de completar mi cuota de ejercicio diario al tratar de empujar la carretilla de la rueda rebelde por los pasillos helados del supermercado, sintiendo cómo los dedos se me entumecían del frío al pasar frente a las neveras, mi amigo Renato me llamó al celular.
— Hola, Selma. Espero que no te hayas olvidado de llegar a mi casa hoy. Sólo llamo para confirmar.
Como cada segundo viernes del mes, era noche de reunión en su apartamento.
— ¿Cómo olvidarme, cariño? ¡Tú sabes que para mí ir a tu casa es el evento del mes! Estoy en el súper comprando algunas cosas.
Realmente yo no estaba exagerando. Mi vida está constreñida a mi insípida oficina, en un descolorido sitio en el cual si trabajo o no, no parece importarle a nadie.
Mi rutina de supermercado no es lo que se diría una actividad de esparcimiento. El simple hecho de tomar la carretilla, en la que hay invariablemente una rueda que siempre va en una dirección opuesta a la de las otras tres, me hace perder la paciencia. Y es inútil agarrar otra, pues todas son iguales. Obviamente hay que descartar la cesta de mano, pues siempre acabo necesitando algo más grande, es decir, metiendo la cesta dentro de la carretilla con la rueda que va en contra.
Después de completar mi cuota de ejercicio diario al tratar de empujar la carretilla de la rueda rebelde por los pasillos helados del supermercado, sintiendo cómo los dedos se me entumecían del frío al pasar frente a las neveras, mi amigo Renato me llamó al celular.
— Hola, Selma. Espero que no te hayas olvidado de llegar a mi casa hoy. Sólo llamo para confirmar.
Como cada segundo viernes del mes, era noche de reunión en su apartamento.
— ¿Cómo olvidarme, cariño? ¡Tú sabes que para mí ir a tu casa es el evento del mes! Estoy en el súper comprando algunas cosas.
Realmente yo no estaba exagerando. Mi vida está constreñida a mi insípida oficina, en un descolorido sitio en el cual si trabajo o no, no parece importarle a nadie.
AL OTRO LADO DEL ESPEJO
(Fragmento)
El olor a hospital y el aire molestamente libre de gérmenes de la sala de cuidado intensivo circulaba por las vías respiratorias de Miranda. Tomando de la mano a su abuelita entre las suyas, sentía cómo la vida se escapaba de aquel cuerpo marcado por el paso del tiempo. Esas manos surcadas de venas verdes que tantas veces la habían levantado del suelo, se marchitaban más a cada segundo. La abuela se marchaba, justo cuando ella más la necesitaba, cuando menos quería estar en soledad. Solamente estaban las dos en el cuarto. Las enfermeras entraban y salían por la puerta de vidrio con marco de metal. Frente a ellas, la pared de espejos reflejaba fríamente la tristeza del momento.
Acarició los cabellos plateados y la frente arrugada, debatiéndose entre el dolor de perderla y el deseo inmenso de que abandonara de una vez por todas esa batalla que se lucha entre un cuerpo cansado y un alma incapaz de habitarlo. Cuántos cambios había presenciado esa frágil criatura desde el día de su nacimiento...
Su abuelita había conocido el mundo desintegrado. Había incluso tenido un pasaporte, diferente a la tarjeta de identidad que el Gobierno Central Mundial había expedido ya hacía setenta años. Miranda recordaba de haber jugado de niña, algo que casi no circulaba ya en ningún lugar del planeta.
El olor a hospital y el aire molestamente libre de gérmenes de la sala de cuidado intensivo circulaba por las vías respiratorias de Miranda. Tomando de la mano a su abuelita entre las suyas, sentía cómo la vida se escapaba de aquel cuerpo marcado por el paso del tiempo. Esas manos surcadas de venas verdes que tantas veces la habían levantado del suelo, se marchitaban más a cada segundo. La abuela se marchaba, justo cuando ella más la necesitaba, cuando menos quería estar en soledad. Solamente estaban las dos en el cuarto. Las enfermeras entraban y salían por la puerta de vidrio con marco de metal. Frente a ellas, la pared de espejos reflejaba fríamente la tristeza del momento.
Acarició los cabellos plateados y la frente arrugada, debatiéndose entre el dolor de perderla y el deseo inmenso de que abandonara de una vez por todas esa batalla que se lucha entre un cuerpo cansado y un alma incapaz de habitarlo. Cuántos cambios había presenciado esa frágil criatura desde el día de su nacimiento...
Su abuelita había conocido el mundo desintegrado. Había incluso tenido un pasaporte, diferente a la tarjeta de identidad que el Gobierno Central Mundial había expedido ya hacía setenta años. Miranda recordaba de haber jugado de niña, algo que casi no circulaba ya en ningún lugar del planeta.
2045
(Fragmento)
14 de noviembre, 6:45 a.m.
Andrea abre los ojos cuando su sueño es suavemente interrumpido por la música del despertador secuencial, diseñado para reducir al mínimo el sobresalto causado con la interrupción del descanso. El despertador está conectado al sistema de luces del apartamento: al tiempo que vibra, va graduando la luminosidad de la habitación, de modo que las pupilas de Andrea se acostumbran poco a poco al nuevo día. La alarma también está sincronizada con el sistema de sonido del apartamento. Andrea prefiere despertarse con los clásicos de los 90’s y los 10’s del siglo pasado.
Luego de una ducha rápida, revisa su agenda en el baño buscando los niveles hormonales de ese día. El resultado de la lectura le indica la combinación de medicinas que debe tomar para anular cualquier indicio de irritabilidad o descontrol. — ¿Cómo vivía mi mamá sin esto? — se pregunta mientras toma las pastillas del surtidor y se las traga con un vaso de agua, de esos que, cuando se caen se parten en cuadritos no cortantes.
EL LIBRO VERDE
(Fragmento)
El camino había sido más largo de lo usual. Parecía como si alguien hubiera agregado algunas pulgadas extra a la carretera durante la última hora, porque el viaje parecía eterno. Detrás del timón, Madeleine ya no sabía en qué posición manejar. Estaba cansada, tratando de entender la confusa variedad de flechas y los símbolos de tráfico que hacía más de una hora habían dejado de significar algo para ella. En la radio de su Honda Civic plata de dos puertas, la emisora tocaba música de los ochenta. Tal y como a ella le gustaba escucharla, mientras manejaba largas distancias. Algunas veces Madeleine miraba dentro de sus propios ojos reflejados en el espejo retrovisor central del auto. Se suponía que debía estar enfocado hacia la carretera y los carros que la precedían, pero su espejo siempre reflejaba su propio rostro. Había muchas partes de su cuerpo que le habría gustado cambiar si pudiera, menos sus profundos ojos oscuros.
Había conducido por aquel camino muchas veces, pero no podía recordar una luna tan espectacular como aquella. Las siluetas de las cosas que estaban entre ella y la luz se veían definidas con un brillo sobrenatural, como un aura luminosa a su alrededor. El sonido de la brisa desplazada por las formas redondas del carro armonizaba con cada nuevo kilómetro de luz de luna y de sombra.
Para obtener una copia de "Demencia Temporal" escríbeme a klenya@yahoo.com
El camino había sido más largo de lo usual. Parecía como si alguien hubiera agregado algunas pulgadas extra a la carretera durante la última hora, porque el viaje parecía eterno. Detrás del timón, Madeleine ya no sabía en qué posición manejar. Estaba cansada, tratando de entender la confusa variedad de flechas y los símbolos de tráfico que hacía más de una hora habían dejado de significar algo para ella. En la radio de su Honda Civic plata de dos puertas, la emisora tocaba música de los ochenta. Tal y como a ella le gustaba escucharla, mientras manejaba largas distancias. Algunas veces Madeleine miraba dentro de sus propios ojos reflejados en el espejo retrovisor central del auto. Se suponía que debía estar enfocado hacia la carretera y los carros que la precedían, pero su espejo siempre reflejaba su propio rostro. Había muchas partes de su cuerpo que le habría gustado cambiar si pudiera, menos sus profundos ojos oscuros.
Había conducido por aquel camino muchas veces, pero no podía recordar una luna tan espectacular como aquella. Las siluetas de las cosas que estaban entre ella y la luz se veían definidas con un brillo sobrenatural, como un aura luminosa a su alrededor. El sonido de la brisa desplazada por las formas redondas del carro armonizaba con cada nuevo kilómetro de luz de luna y de sombra.
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NIKITA
(Fragmento)
La experiencia diaria de Lía no incluía la necesidad o la pobreza. Su universo estaba hecho de pequeñas bendiciones de ésas que uno no se da cuenta que tiene a menos que las vea peligrar. La suya era una realidad paralela a las otras realidades de las otras gentes, hecha de pedazos de momentos de cada día, que simplemente están porque están y que uno no analiza. Sus mayores problemas eran tener tres exámenes el mismo día o tratar de no repetir combinaciones de ropa para ir a la facultad. Altas y bajas de humor, altas y bajas de peso. Más que superficialidad, la suya era una normalidad involuntaria. Nadie es culpable de la realidad del otro. Somos lo que somos.
Fue así como un día — en nada diferente a otros, — los ojos de Ernesto se le atravesaron en el camino a Lía, junto con su vida tan compleja, su mente tan rebelde y su creencia desesperada en que todos tenemos la misión de cambiar el mundo dejando pedazos de nosotros mismos a cada paso que damos. Y ese día, Lía se dio cuenta, al fin, de que la vida está llena de cosas que no estábamos esperando.
Ernesto y Lía eran tan diferentes que casi todo lo del otro les era desconocido. Ella no entendía mucho de izquierdismo ni de pensamiento socialista, pero Ernesto hizo que Marx y Engels perdieran un poco su fama de demonios y tuvieran algo más de humanos. Ella por su lado trató de enseñarle que un par de jeans nuevos y un corte de pelo no podían hacer ni más ricos a los dueños de las compañías transnacionales, ni más pobres a los haitianos, ni remediaría la hambruna ni analfabetismo en algún reino africano.
Para obtener un ejemplar de "Demencia temporal" escríbeme a klenya@yahoo.com
La experiencia diaria de Lía no incluía la necesidad o la pobreza. Su universo estaba hecho de pequeñas bendiciones de ésas que uno no se da cuenta que tiene a menos que las vea peligrar. La suya era una realidad paralela a las otras realidades de las otras gentes, hecha de pedazos de momentos de cada día, que simplemente están porque están y que uno no analiza. Sus mayores problemas eran tener tres exámenes el mismo día o tratar de no repetir combinaciones de ropa para ir a la facultad. Altas y bajas de humor, altas y bajas de peso. Más que superficialidad, la suya era una normalidad involuntaria. Nadie es culpable de la realidad del otro. Somos lo que somos.
Fue así como un día — en nada diferente a otros, — los ojos de Ernesto se le atravesaron en el camino a Lía, junto con su vida tan compleja, su mente tan rebelde y su creencia desesperada en que todos tenemos la misión de cambiar el mundo dejando pedazos de nosotros mismos a cada paso que damos. Y ese día, Lía se dio cuenta, al fin, de que la vida está llena de cosas que no estábamos esperando.
Ernesto y Lía eran tan diferentes que casi todo lo del otro les era desconocido. Ella no entendía mucho de izquierdismo ni de pensamiento socialista, pero Ernesto hizo que Marx y Engels perdieran un poco su fama de demonios y tuvieran algo más de humanos. Ella por su lado trató de enseñarle que un par de jeans nuevos y un corte de pelo no podían hacer ni más ricos a los dueños de las compañías transnacionales, ni más pobres a los haitianos, ni remediaría la hambruna ni analfabetismo en algún reino africano.
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NIDO VACÍO
(Fragmento)
Otro sábado por la tarde de otra semana, de otro mes, de otro año. Ella está sola en la cocina. No hay para quién cocinar. La casa está vacía. Enciende el aparato de música y toca un disco compacto que alguno de sus hijos dejó olvidado en la casa. Solamente le dejan los que no están de moda. Pero ella los disfruta igual.
Trae puestos los pantaloncitos cortos de alguna de las niñas, los cuales le quedan perfectos, como hechos a la medida. Lleva una camiseta vieja de su esposo, traspasada de minúsculos agujeros y suave al tacto como resultado de muchas más sesiones de lavadora de las que fue diseñada para soportar. Casi puede verse a través de la tela. Camina descalza sobre los mosaicos blancos recién encerados, tomándose una cerveza nacional, helada. Le encanta que el piso esté inmaculado, pues le fascina caminar sin zapatos. La sensación de polvo en las plantas de sus pies es inconcebible. La casa huele a limpio y a tranquilidad. Lo que necesitaba. El tiempo de un sábado tiene una magia distinta al tiempo de un domingo o al tiempo de un día de semana. El tiempo del sábado te lleva a más tiempo en el domingo. Las posibilidades de un sábado son infinitas. El tiempo del domingo solamente te puede llevar a un lunes. Quizás es por eso que cuando a la gente le sobra tiempo y las posibilidades son infinitas, suelen decir que parece un sábado.
Para obtener una copia de Demencia Temporal, escríbeme a klenya@yahoo.com
Otro sábado por la tarde de otra semana, de otro mes, de otro año. Ella está sola en la cocina. No hay para quién cocinar. La casa está vacía. Enciende el aparato de música y toca un disco compacto que alguno de sus hijos dejó olvidado en la casa. Solamente le dejan los que no están de moda. Pero ella los disfruta igual.
Trae puestos los pantaloncitos cortos de alguna de las niñas, los cuales le quedan perfectos, como hechos a la medida. Lleva una camiseta vieja de su esposo, traspasada de minúsculos agujeros y suave al tacto como resultado de muchas más sesiones de lavadora de las que fue diseñada para soportar. Casi puede verse a través de la tela. Camina descalza sobre los mosaicos blancos recién encerados, tomándose una cerveza nacional, helada. Le encanta que el piso esté inmaculado, pues le fascina caminar sin zapatos. La sensación de polvo en las plantas de sus pies es inconcebible. La casa huele a limpio y a tranquilidad. Lo que necesitaba. El tiempo de un sábado tiene una magia distinta al tiempo de un domingo o al tiempo de un día de semana. El tiempo del sábado te lleva a más tiempo en el domingo. Las posibilidades de un sábado son infinitas. El tiempo del domingo solamente te puede llevar a un lunes. Quizás es por eso que cuando a la gente le sobra tiempo y las posibilidades son infinitas, suelen decir que parece un sábado.
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EL HOMBRE QUE ODIABA A LAS MUJERES
Roberto odiaba. Esto no significa que no saliera
con ellas o que no le gustaran físicamente. Roberto simplemente
odiaba la mente de las mujeres. A pesar de ello siempre se le podía
ver muy bien acompañando. Era uno de esos tipos cuyos affairs
eran vox populi. Cada vez que salía con una chica, cada detalle de
sus experiencias, modificadas y exageradas se hacían del dominio
público.
Él se esforzaba exquisitamente en ridiculizar y minimizar
a las infelices que caían en sus garras; y gracias a los milagros de
la comunicación electrónica se habían disparado sus posibilidades
de promocionar sus aptitudes de conquistador. Escribía largos y
detallados correos en los que les explicaba todas sus “hazañas”
como si fueran las noticias protagónicas del periódico vía e-mail.
La ideología de Roberto era visible en sus muy conocidas
consignas machistas, como:
— “Esta es una reunión de hombres”
— “Las mujeres no entienden estas cosas”
— “Hey, ese tipo deja que la mujer lo domine”
Estas eran las más amables.
Se decía que Roberto tenía un par de hijos no reconocidos,
pero que como buenos vástagos negados se parecían tanto a su papá
como si hubieran sido clonados. Para éste, era obvio, en pleno siglo
XXI la única finalidad de las mujeres sobre la tierra era la de saciar
sus necesidades físicas, adornarlo en las reuniones sociales y evitar
que su simiente genética se borrara del mapa. Suponían simplemente
un elemento más en su carrera hacia el éxito. Una exigencia
social. Y de paso, una garantía de compañía incondicional. Sus
ácidos comentarios sobre el género femenino ya habían pasado del
simple humor negro a ser un verdadero repelente social, al menos
así lo sentía Eva, la novia de uno de sus mejores amigos.
Eva adoraba a Gerardo, quien era un tipo muy sensible e
inteligente, pero había llegado al punto de sentirse aterrorizada cada
vez que tenían que ver a Roberto bajo cualquier circunstancia. Últimamente
Eva ya ni iba a los eventos en los que podía encontrarse
con aquél cara a cara.
Gerardo le había dicho que lo ignorara, que no le diera
importancia. Que sus comentarios no eran nada personal contra
ella y que en el fondo el tipo tenía un gran corazón. Pero ella se
sentía terriblemente incómoda y atacada… “De lo que abunda en
el corazón habla la boca”, decía, y se moría de la rabia cada vez
que el nefasto personaje emitía un concepto “impersonal” sobre
las mujeres.
— No es por ti, Eva. Tú sabes que esto no tiene nada que
ver contigo — decía Roberto entre risas, tras de proferir alguna de
sus atrocidades, convencido de que era más gracioso que nadie.
Para un hombre así las mujeres eran un padecimiento que había
que sufrir a fin de obtener sus favores afectivos. La estimulación
intelectual y las conversaciones inteligentes bien podía obtenerlas
de sus amigos, del Internet o de su Playstation 2.
Eva jamás le había escuchado a Roberto un comentario
de admiración sobre una mujer, ni siquiera sobre su madre. Había
llegado a la conclusión de que la mujer perfecta para él era un
transexual.
Eva había pasado muchas horas cavilando sobre Roberto.
Algo debía ocultar tanta amargura…, una experiencia de niño que
lo había convertido en esa amenaza social que se movía y respiraba
como si hubiera nacido debajo de una mata, no de una mujer.
Con respecto a Gerardo, en cambio, Roberto parecía guardar
sentimientos realmente profundos. La de ellos era una amistad
“de cuna”; de esas por las que los hombres dicen dar hasta la vida.
Eso y algunos vestigios de humanidad que tenía con ella, hacía que
las muchacha viera al chauvinista con cierto afecto. Sin embargo,
aunque había tratado por todos los medios de ignorar las salidas
odiosas de éste, llegó un momento en el que ya no podía hacerse
de los oídos sordos ante tanto comentario hiriente y de mal gusto
mientras desfilaban por su vida y la de sus amigos bien “documentados”,
las muchachas incautas.
Sólo por no colocar a Gerardo en una situación incómoda,
Eva se mordía la lengua antes de decir algo, pero se devanaba los
sesos buscando la manera de darle una lección.
— Te juro, Gerardo, que no lo aguanto. Ese hombre odia
a las mujeres. Quizás si ustedes no pasaran tanto tiempo juntos...
pero esto es algo que me tengo que aguantar todos los días.
— Tranquila, mi amor; tú sabes cómo somos los hombres...
— Tú no eres así.— decía Eva, poniendo vocecita de
consentida.
— Quizás para las novias, de mis otros amigos yo sea un
pesado y una amenaza sonsacadora — respondía él tomándola por
la cintura y estampándole un sonoro beso en la boca.
Cómo le hubiera gustado a Eva poner al otro a caminar en
tacones por las principales calles de la ciudad.
¿Qué podía hacer ella para que Roberto entendiera un poco
de la experiencia de ser mujer?
Al principio definitivamente no parecía un plan muy viable,
más bien se veía descabellado. Pero con un instinto criminal que
ella no se conocía, las ideas fueron madurando por sí solas con una
súbita y delictual orientación.
Comenzó a documentarse; se convirtió en una rigurosa
investigadora. Se informó con sus amigos médicos; se suscribió a
revistas femeninas; hizo encuestas entre sus amigas. Estudió sobre
las hormonas sexuales y sus efectos. Tenía que encontrar la forma
de que Roberto sufriera en carne propia la condición de mujer.
Aunque simple, su plan necesitaba algunos ingredientes
específicos; en primer lugar, un cómplice. Mujer, de preferencia,
identificada con la causa.
¿Quién mejor que la señora que limpiaba el apartamento
del hombre que odiaba a las mujeres? Eva se estacionó una mañana
frente al edificio donde vivía Roberto y esperó a que éste se
marchara. Cuando el auto deportivo se perdió por la esquina, corrió
hasta el portero eléctrico y le pidió a Agustina que la dejara entrar.
En poco tiempo la enteró de todas las humillaciones que conllevaba
servirle a su patrón por una suma ridícula.
Agustina tendría unos 57 años y desde hacía cinco le limpiaba
y cocinaba a Roberto. Tras una hora de charla quedó más que
dispuesta para ayudarle a Eva, “siempre que nadie se dé cuenta…
y no le pase nada …. malo ….al señor”.
El ardid de Eva consistía en darle a Roberto subrepticiamente
unos tratamientos hormonales que le provocaran el Síndrome Pre
Menstrual durante algunos meses. Según los recientes estudios de
Eva, para conseguir el deseado escarmiento bastaría que Roberto
recibiera diariamente las dosis indicadas de estrógeno.
Aunque no lograba entender mucho de aquello, Agustina se
veía fascinada, con uno que otro brote de preocupación.
— Y ¿de verdad le va a pasar esto?... ¿Y de verdad le va a
pasar aquello?... Pero ¿no se va a morir, verdad?
Eva terminó de convencer a su cómplice y regresó a sus
faenas.
***********************
Algunas semanas después luego de iniciado el “tratamiento”,
Eva estaba sola en su apartamento frente a la televisión.
Gerardo había olvidado el celular allí. De pronto, las luces de la
pantalla se encendieron y el móvil comenzó a vibrar sobre la mesa
de centro. Eva se inclinó sobre la mesa para ver quién llamaba. Al
ver que era Roberto decidió dejarlo sonar. Cuando aquél intentó
por tercera vez, ella contestó sin mayor gana.
— Aló
Al otro lado de la línea Roberto lloraba como un desesperado.
— ¡Ay, Eva, necesito hablar con Gerardo!
— Tranquilo Roberto... ¿te puedo ayudar en algo?
Sumido entre sollozos, él le contó que en la reunión mensual
de gerentes uno de los Vicepresidentes había criticado su proyecto.
Que él no había podido contenerse y se había puesto a llorar frente
a todos los ejecutivos. Que se sentía muy mal y que quería que la
tierra se abriera y se lo tragara.
— Pero... Roberto, no entiendo — musitó Eva, al punto
de asfixiarse con la risa trabada en la garganta... Tú deberías estar
acostumbrado a estas cosas! Por favor; eres el rey de la crítica y
los golpes bajos. Se te debió haber ocurrido algo, ¿no?
— ¡Sí Eva, pero no sé qué me pasa… Estoy fuera de control!
Y sus gemidos y lagrimeos vibraban graciosamente en el
celular. Saber que su plan comenzaba a surtir efecto produjo en
Eva una maligna e indescriptible satisfacción.
De allí en adelante, el hombre que odiaba a las mujeres
comenzó a presentar unos síntomas del todo incompatibles con su
autosuficiencia y cacareado atractivo. Decía que no se veía bien,
que nadie lo apreciaba realmente. Sufría inexplicables depresiones
y no había tenido una cita en largo tiempo.
Una noche después del trabajo, Roberto fue a hacer algunas
compras. En la farmacia se quedó largo tiempo parado ante el
estante de revistas con una Glamour entre las manos. No se dio
cuenta de que ya estaban cerrando… ni siquiera se acordaba de lo
que había ido a buscar, pero por la manera en la que la dependienta
lo miraba, supo que iba a tener que llevarse la revista, más algunos
chocolates y soda para seguirla leyendo en casa.
Fuera de la farmacia, se encontró a Gerardo, que llegaba
justo a tiempo para que le tiraran la puerta en las narices.
— ¡Hey, hermano! ¿Cómo va todo? — Gerardo le extendía
una mano sólida y decidida.
— Nada, aquí pasándola.
— ¡No me digas que lo que llevas en esa bolsa es una revista
de mujeres!
Gerardo movió el cartucho con toda la intención de sacar a
Roberto de sus casillas.
— Sí, con un libro interesante allí que me recomendaron.
Y unos chocolates para pasar esta depresión...
— ¿Cómo así?
— Gerardo, van a botarme. Cada vez que se acerca la
reunión mensual de ejecutivos comienzo a sentir problemas de
concentración, fatiga... la energía se me acaba. Ya no quiero ir ni
al gimnasio; no sé, siento que no pertenezco a ese lugar. Estoy
teniendo problemas para dormir…
— Bueno, Roberto, todo esto está demasiado raro... ¿Te
pasa algo?
— No sé, no sé; estoy confundido!
— Roberto, los hombres no nos confundimos: nos estresamos,
nos hartamos o nos emputamos. ¡Pero no estamos confundidos,
por tu madre!
— Gerardo, si yo supiera qué es lo que pasa no andaría en
esta vaina. Estoy a punto de ir a un psicólogo.
— ¡Wow!... ¿tanto así? Bueno hermano, haz lo que tengas
que hacer…, pero por favor, no leas Glamour!
— Muy gracioso. Ahí nos vemos; me saludas a Eva.
*********************
— ¡Estoy realmente preocupado por Roberto! Podrías creerme
que me lo encontré a la salida de la farmacia con una Glamour
en la mano… ¡Por si fuera poco, llevaba ese libro, Los hombres
son de Marte, las Mujeres son de Venus! Desde hace como seis
meses tiene estos increíbles bajones de humor… ¡El pobre está a
punto de perder el empleo! — Eva, no te rías.
Arrebatada, ésta veía que su plan había ido mucho más allá
de sus expectativas. Era como si le cosquillearan en las plantas de
los pies con una pluma de ganso.
15
— Debe ser muy divertido no tener corazón! — le dijo
Gerardo, sin poder aguantarse la risa él tampoco.
— En serio, mi vida: te juro que se parece a ti, justo antes
de que...bueno, tú sabes.
— ¿A qué te refieres? — dijo Eva poniéndose seria de golpe.
— Bueno, antes de que te llegue tu cosa...
— ¿Qué cosa?
— Mira, cambiemos de tema ¿sí?
— Vaya, todo un profesional no sabe llamar una simple cosa
por su nombre. Supongo que te refieres a mi período ¿no?
— ¡Tenías que decirlo, iughhh!
— Crece un poco, por favor!
— Bueno, linda; ¿no nos vamos a pelear por esta tontería,
no?
— No, la verdad, no.
— ¿Qué se te ocurre que podemos hacer por Roberto?
— ¿Podemos? Eso me suena a pueblo, mi cielo.
— Oye, él es tu amigo también ¿Ya no te acuerdas del día
que te arregló la boleta?
— ¿Ahora me vas a sacar los papeles en cara?
— No, pero es que eres tan insensible…!
— ¿Insensible yo? ¿Y qué me dices de todas las insensibilidades
de que Roberto tiene conmigo y con todas las mujeres del
mundo?
Gerardo se le quedó mirando con un aire de sospecha:
— Si no fuera porque esto es demasiado raro Eva, te preguntaría
si tienes algo que ver con la crisis emocional de Roberto.
Mañana tiene una cita con el psicólogo.
***************************
Poco a poco, la compañía de Roberto se convirtió en un
fardo para sus más allegados.
Todos extrañaban al que antes era y sus comentarios fuera
de lugar. Ni siquiera Gerardo lo soportaba. Hacían falta las salidas
de Roberto. Su humor insano en las conversaciones. Era como
si al grupo le faltara el alma. Hasta Eva extrañaba las peleas con
Gerardo por haber apoyado una patanería del otro. Como ya no se
sentía herida, Gerardo tampoco tenía razones para consolarla. Ya
no tenían cabida las espectaculares reconciliaciones.
Roberto se había aislado totalmente del mundo. Era muy
infeliz; se le notaba en la cara, en los gestos, en el caminar. En
la inesperada sensibilidad por las artes y las buenas causas, en su
llanto en el cine. Lo que quedaba de él era una sombra de pena.
Una tarde, después del trabajo, Gerardo pasó por el apartamento
de Eva.
— Hola, linda — le dijo al verla descalza, con unos shorts
y una desgastada camiseta de Hard Rock Café Barcelona con las
mangas recortadas.
Ella lo tomó por la corbata y lo atrajo hasta su cara para
darle un gran y ruidoso beso.
— ¿Cómo te fue hoy, guapo?
— Eh, normal…. Oye ¿sabes quién se murió?
— Nop. ¿Quién? Dijo Eva sin mucha alarma. Gerardo lo
había mencionado como quien dice que se murió algún artista.
— ¿Te acuerdas de la señora que le limpiaba el apartamento
a Roberto?
— Doña Agustina ...!!! — gritó ella, sin poder ocultar su
asombro.
— ¡Esa misma!
— ¡Cómo no la voy a conocer! Oye, y ¿qué le pasó? ¿Cómo
fue? — su tono de preocupación le extrañó un poco a Gerardo.
— ¿Estás bien, mi vida? No sabía que eras tan cercana a esa
señora. Si me dicen que te ibas a poner así, te hubiera preparado
para darte la noticia.
— Pero ¿qué le pudo haber pasado a esa mujer? Tiene que
haber tenido la vida más aburrida del mundo.
— Pues parece que fue un accidente bien raro — dijo él,
soltándose el nudo de la corbata, de aquella manera que a Eva le
7
cortaba la respiración. — Pues, si… mira que hasta risa da. Parece
que la pobre estaba durmiendo una siesta por allá por su casa, debajo
de un árbol de guanábanas maduras, cuando una enorme le cayó
en la cabeza y la dejó inconsciente. Parece que el golpe no fue lo
que la mató, si no una mezcla entre asfixia por pulpa de guanábana
y un ataque de talingos asesinos que querían comerse la fruta. Es
una vaina de lo más macabra y cómica al mismo tiempo.
— O sea — dijo Eva usando aquella muletilla que Gerardo
detestaba y entre muerta de la risa y triste al mismo tiempo. — ¡Me
estás tomando el tiempo!
—Te lo juro, mi amor, no es cuento... Parece que estaba
sola con sus nietecitos pequeños, que no pudieron hacer nada por
ayudarla. Cuando llegó la gente grande de la casa, ya la pobre
Agustina estaba en las últimas.
Eva no sabía si reír o llorar. “¡Pobre Agustina!” se dijo a sí
misma.
Su plan estaba destruido. Muerta su cómplice por la mano
del destino, ella no tenía manera de seguir adelante. Quizás ahora le
tocaría a ella pagar por sus actos de maldad… acaso con una muerte
peor que la de Agustina, quien sólo había sido un instrumento para
su venganza.
— ¿Y qué puede decir el acta de defunción de esa pobre
mujer? ¿Cuál es la causa de la muerte?
—No sé. Me imagino que trauma, asfixia y muerte a picotazos.
¡Yo que voy a saber de eso, linda! Yo de forense no tengo nada.
—Muy gracioso, Gerardo. — dijo Ella mientras tomaba el
control remoto del televisor.
Los días pasaban y Eva no se atrevía ni a preguntar por
Roberto, temiendo que alguien pudiera vincularla a su extrañísimo
achaque, pero las noticias fueron llegándole solas.
Poco a poco, el chauvinista fue recuperando el control de
sus emociones y de su vida, hasta volver a ser el que era antes del
8
tratamiento al que Eva lo había sometido. No pasó como en los
cuentos de hadas, en los que algo sobrenatural transforma a los
seres. Roberto no aprendió de la lección ni se volvió respetuoso.
Tiempo después Eva y Gerardo dejaron de ser pareja. Eva
salió de aquel mundo en el que Roberto ocupaba un puesto muy
importante. Una tarde en que caminaba por el circuito del Parque
Metropolitano, como hacía siempre que tenía tiempo y sentía que
le faltaban fuerzas para seguir adelante sola, se encontró con Roberto.
El mismo a quien un par de años antes se había dado a la
tarea de atormentar.
— Hey, guapa, ¿cómo va todo?, tiempo de no saber de ti.
— Nada, pues, Roberto; aquí, tú sabes, en la lucha.
— ¿Qué me cuentas Eva? ya no se te ve por ningún lado.
— Ningún lado en el que me pueda encontrar con alguno
de ustedes.
— Pero, Eva ¿por qué dices eso?
— Todos nosotros te queremos mucho!... Hey, si tú y Gerardo
ya no andan, eso no es problema de nosotros. ¡Éramos un grupo!
— Eramos, tú lo has dicho. Tendría que ser una masoquista
para seguir parqueando con los amigos de un novio al que todavía
no puedo superar.
— Hey, para que veas que no hay hard feelings, te invito
un trago esta noche. Anda, refréscate, y paso por ti en una hora.
Eva se sintió sin opción, y la verdad no tenía muchas ganas
de oponerse. Para su sorpresa, la pasó muy bien con aquel tipo
que había llegado a detestar con todas sus fuerzas. Al despedirse,
Roberto la atrajo hacia si y le plantó un beso en la boca a Eva, de
esos que son buenos simplemente por que no se están esperando.
Cuando se separó de ella, que tenía los ojos entrecerrados y los
labios enrojecidos, le susurró al oído “no está mal para un hombre
que odia a las mujeres, ¿verdad?”.
— ¿A qué te refieres?
9
— Vamos, Eva! ¿Qué tan inocente crees que soy? ¿O es
que acaso crees que no cometiste ningún error y tu crimen iba a
pasar inadvertido?
— ¿De qué hablas?
— Yo sé todo, Eva. Y créeme que si hasta ahora no he
hecho nada no es por falta de pruebas. En cuanto tú y Gerardo terminaron,
las últimas piezas cayeron en su lugar. En las borracheras
que se pegó después de aquella ruptura, salieron a relucir todos tus
trapos sucios, entre ellos, el tiempo que invertiste analizando mi
“aversión” por el sexo femenino. No te esfuerces por negarlo. Te
he dicho que tengo todas las pruebas que te acusan. Agustina dejó
miles de cajitas y empaques de pastillas que obviamente no eran para
ella. Costosísimos tratamientos hormonales que no se podían pagar
con la miserableza que yo le pagaba. — Te voy a evitar la molestia
de tener que contarme tu plan y su ejecución. Yo mismo lo haré.
Mientras Roberto hacía su exposición con increíble exactitud,
Eva lo miraba tratando de disimular el frío que le corría por la
espalda y la adrenalina que se le derramaba por el cuerpo. No podía
decidir si quedarse sentada o salir corriendo de la Nissan Pathfinder
de Roberto. Este parecía furioso y, al mismo tiempo divertido.
Tenía la sartén por el mango. Era el único que sabía todo lo que
había que saber en ese momento. Eva tenía dos opciones. Negarlo
hasta morir. O hacerse la malita y confesarlo. Simplemente sonrió
y dijo: — “No está mal — se refería al beso de sopetón, — pero
podría mejorar”.
Para obtener un ejemplar de "Demencia temporal" escríbeme a klenya@yahoo.com
con ellas o que no le gustaran físicamente. Roberto simplemente
odiaba la mente de las mujeres. A pesar de ello siempre se le podía
ver muy bien acompañando. Era uno de esos tipos cuyos affairs
eran vox populi. Cada vez que salía con una chica, cada detalle de
sus experiencias, modificadas y exageradas se hacían del dominio
público.
Él se esforzaba exquisitamente en ridiculizar y minimizar
a las infelices que caían en sus garras; y gracias a los milagros de
la comunicación electrónica se habían disparado sus posibilidades
de promocionar sus aptitudes de conquistador. Escribía largos y
detallados correos en los que les explicaba todas sus “hazañas”
como si fueran las noticias protagónicas del periódico vía e-mail.
La ideología de Roberto era visible en sus muy conocidas
consignas machistas, como:
— “Esta es una reunión de hombres”
— “Las mujeres no entienden estas cosas”
— “Hey, ese tipo deja que la mujer lo domine”
Estas eran las más amables.
Se decía que Roberto tenía un par de hijos no reconocidos,
pero que como buenos vástagos negados se parecían tanto a su papá
como si hubieran sido clonados. Para éste, era obvio, en pleno siglo
XXI la única finalidad de las mujeres sobre la tierra era la de saciar
sus necesidades físicas, adornarlo en las reuniones sociales y evitar
que su simiente genética se borrara del mapa. Suponían simplemente
un elemento más en su carrera hacia el éxito. Una exigencia
social. Y de paso, una garantía de compañía incondicional. Sus
ácidos comentarios sobre el género femenino ya habían pasado del
simple humor negro a ser un verdadero repelente social, al menos
así lo sentía Eva, la novia de uno de sus mejores amigos.
Eva adoraba a Gerardo, quien era un tipo muy sensible e
inteligente, pero había llegado al punto de sentirse aterrorizada cada
vez que tenían que ver a Roberto bajo cualquier circunstancia. Últimamente
Eva ya ni iba a los eventos en los que podía encontrarse
con aquél cara a cara.
Gerardo le había dicho que lo ignorara, que no le diera
importancia. Que sus comentarios no eran nada personal contra
ella y que en el fondo el tipo tenía un gran corazón. Pero ella se
sentía terriblemente incómoda y atacada… “De lo que abunda en
el corazón habla la boca”, decía, y se moría de la rabia cada vez
que el nefasto personaje emitía un concepto “impersonal” sobre
las mujeres.
— No es por ti, Eva. Tú sabes que esto no tiene nada que
ver contigo — decía Roberto entre risas, tras de proferir alguna de
sus atrocidades, convencido de que era más gracioso que nadie.
Para un hombre así las mujeres eran un padecimiento que había
que sufrir a fin de obtener sus favores afectivos. La estimulación
intelectual y las conversaciones inteligentes bien podía obtenerlas
de sus amigos, del Internet o de su Playstation 2.
Eva jamás le había escuchado a Roberto un comentario
de admiración sobre una mujer, ni siquiera sobre su madre. Había
llegado a la conclusión de que la mujer perfecta para él era un
transexual.
Eva había pasado muchas horas cavilando sobre Roberto.
Algo debía ocultar tanta amargura…, una experiencia de niño que
lo había convertido en esa amenaza social que se movía y respiraba
como si hubiera nacido debajo de una mata, no de una mujer.
Con respecto a Gerardo, en cambio, Roberto parecía guardar
sentimientos realmente profundos. La de ellos era una amistad
“de cuna”; de esas por las que los hombres dicen dar hasta la vida.
Eso y algunos vestigios de humanidad que tenía con ella, hacía que
las muchacha viera al chauvinista con cierto afecto. Sin embargo,
aunque había tratado por todos los medios de ignorar las salidas
odiosas de éste, llegó un momento en el que ya no podía hacerse
de los oídos sordos ante tanto comentario hiriente y de mal gusto
mientras desfilaban por su vida y la de sus amigos bien “documentados”,
las muchachas incautas.
Sólo por no colocar a Gerardo en una situación incómoda,
Eva se mordía la lengua antes de decir algo, pero se devanaba los
sesos buscando la manera de darle una lección.
— Te juro, Gerardo, que no lo aguanto. Ese hombre odia
a las mujeres. Quizás si ustedes no pasaran tanto tiempo juntos...
pero esto es algo que me tengo que aguantar todos los días.
— Tranquila, mi amor; tú sabes cómo somos los hombres...
— Tú no eres así.— decía Eva, poniendo vocecita de
consentida.
— Quizás para las novias, de mis otros amigos yo sea un
pesado y una amenaza sonsacadora — respondía él tomándola por
la cintura y estampándole un sonoro beso en la boca.
Cómo le hubiera gustado a Eva poner al otro a caminar en
tacones por las principales calles de la ciudad.
¿Qué podía hacer ella para que Roberto entendiera un poco
de la experiencia de ser mujer?
Al principio definitivamente no parecía un plan muy viable,
más bien se veía descabellado. Pero con un instinto criminal que
ella no se conocía, las ideas fueron madurando por sí solas con una
súbita y delictual orientación.
Comenzó a documentarse; se convirtió en una rigurosa
investigadora. Se informó con sus amigos médicos; se suscribió a
revistas femeninas; hizo encuestas entre sus amigas. Estudió sobre
las hormonas sexuales y sus efectos. Tenía que encontrar la forma
de que Roberto sufriera en carne propia la condición de mujer.
Aunque simple, su plan necesitaba algunos ingredientes
específicos; en primer lugar, un cómplice. Mujer, de preferencia,
identificada con la causa.
¿Quién mejor que la señora que limpiaba el apartamento
del hombre que odiaba a las mujeres? Eva se estacionó una mañana
frente al edificio donde vivía Roberto y esperó a que éste se
marchara. Cuando el auto deportivo se perdió por la esquina, corrió
hasta el portero eléctrico y le pidió a Agustina que la dejara entrar.
En poco tiempo la enteró de todas las humillaciones que conllevaba
servirle a su patrón por una suma ridícula.
Agustina tendría unos 57 años y desde hacía cinco le limpiaba
y cocinaba a Roberto. Tras una hora de charla quedó más que
dispuesta para ayudarle a Eva, “siempre que nadie se dé cuenta…
y no le pase nada …. malo ….al señor”.
El ardid de Eva consistía en darle a Roberto subrepticiamente
unos tratamientos hormonales que le provocaran el Síndrome Pre
Menstrual durante algunos meses. Según los recientes estudios de
Eva, para conseguir el deseado escarmiento bastaría que Roberto
recibiera diariamente las dosis indicadas de estrógeno.
Aunque no lograba entender mucho de aquello, Agustina se
veía fascinada, con uno que otro brote de preocupación.
— Y ¿de verdad le va a pasar esto?... ¿Y de verdad le va a
pasar aquello?... Pero ¿no se va a morir, verdad?
Eva terminó de convencer a su cómplice y regresó a sus
faenas.
***********************
Algunas semanas después luego de iniciado el “tratamiento”,
Eva estaba sola en su apartamento frente a la televisión.
Gerardo había olvidado el celular allí. De pronto, las luces de la
pantalla se encendieron y el móvil comenzó a vibrar sobre la mesa
de centro. Eva se inclinó sobre la mesa para ver quién llamaba. Al
ver que era Roberto decidió dejarlo sonar. Cuando aquél intentó
por tercera vez, ella contestó sin mayor gana.
— Aló
Al otro lado de la línea Roberto lloraba como un desesperado.
— ¡Ay, Eva, necesito hablar con Gerardo!
— Tranquilo Roberto... ¿te puedo ayudar en algo?
Sumido entre sollozos, él le contó que en la reunión mensual
de gerentes uno de los Vicepresidentes había criticado su proyecto.
Que él no había podido contenerse y se había puesto a llorar frente
a todos los ejecutivos. Que se sentía muy mal y que quería que la
tierra se abriera y se lo tragara.
— Pero... Roberto, no entiendo — musitó Eva, al punto
de asfixiarse con la risa trabada en la garganta... Tú deberías estar
acostumbrado a estas cosas! Por favor; eres el rey de la crítica y
los golpes bajos. Se te debió haber ocurrido algo, ¿no?
— ¡Sí Eva, pero no sé qué me pasa… Estoy fuera de control!
Y sus gemidos y lagrimeos vibraban graciosamente en el
celular. Saber que su plan comenzaba a surtir efecto produjo en
Eva una maligna e indescriptible satisfacción.
De allí en adelante, el hombre que odiaba a las mujeres
comenzó a presentar unos síntomas del todo incompatibles con su
autosuficiencia y cacareado atractivo. Decía que no se veía bien,
que nadie lo apreciaba realmente. Sufría inexplicables depresiones
y no había tenido una cita en largo tiempo.
Una noche después del trabajo, Roberto fue a hacer algunas
compras. En la farmacia se quedó largo tiempo parado ante el
estante de revistas con una Glamour entre las manos. No se dio
cuenta de que ya estaban cerrando… ni siquiera se acordaba de lo
que había ido a buscar, pero por la manera en la que la dependienta
lo miraba, supo que iba a tener que llevarse la revista, más algunos
chocolates y soda para seguirla leyendo en casa.
Fuera de la farmacia, se encontró a Gerardo, que llegaba
justo a tiempo para que le tiraran la puerta en las narices.
— ¡Hey, hermano! ¿Cómo va todo? — Gerardo le extendía
una mano sólida y decidida.
— Nada, aquí pasándola.
— ¡No me digas que lo que llevas en esa bolsa es una revista
de mujeres!
Gerardo movió el cartucho con toda la intención de sacar a
Roberto de sus casillas.
— Sí, con un libro interesante allí que me recomendaron.
Y unos chocolates para pasar esta depresión...
— ¿Cómo así?
— Gerardo, van a botarme. Cada vez que se acerca la
reunión mensual de ejecutivos comienzo a sentir problemas de
concentración, fatiga... la energía se me acaba. Ya no quiero ir ni
al gimnasio; no sé, siento que no pertenezco a ese lugar. Estoy
teniendo problemas para dormir…
— Bueno, Roberto, todo esto está demasiado raro... ¿Te
pasa algo?
— No sé, no sé; estoy confundido!
— Roberto, los hombres no nos confundimos: nos estresamos,
nos hartamos o nos emputamos. ¡Pero no estamos confundidos,
por tu madre!
— Gerardo, si yo supiera qué es lo que pasa no andaría en
esta vaina. Estoy a punto de ir a un psicólogo.
— ¡Wow!... ¿tanto así? Bueno hermano, haz lo que tengas
que hacer…, pero por favor, no leas Glamour!
— Muy gracioso. Ahí nos vemos; me saludas a Eva.
*********************
— ¡Estoy realmente preocupado por Roberto! Podrías creerme
que me lo encontré a la salida de la farmacia con una Glamour
en la mano… ¡Por si fuera poco, llevaba ese libro, Los hombres
son de Marte, las Mujeres son de Venus! Desde hace como seis
meses tiene estos increíbles bajones de humor… ¡El pobre está a
punto de perder el empleo! — Eva, no te rías.
Arrebatada, ésta veía que su plan había ido mucho más allá
de sus expectativas. Era como si le cosquillearan en las plantas de
los pies con una pluma de ganso.
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— Debe ser muy divertido no tener corazón! — le dijo
Gerardo, sin poder aguantarse la risa él tampoco.
— En serio, mi vida: te juro que se parece a ti, justo antes
de que...bueno, tú sabes.
— ¿A qué te refieres? — dijo Eva poniéndose seria de golpe.
— Bueno, antes de que te llegue tu cosa...
— ¿Qué cosa?
— Mira, cambiemos de tema ¿sí?
— Vaya, todo un profesional no sabe llamar una simple cosa
por su nombre. Supongo que te refieres a mi período ¿no?
— ¡Tenías que decirlo, iughhh!
— Crece un poco, por favor!
— Bueno, linda; ¿no nos vamos a pelear por esta tontería,
no?
— No, la verdad, no.
— ¿Qué se te ocurre que podemos hacer por Roberto?
— ¿Podemos? Eso me suena a pueblo, mi cielo.
— Oye, él es tu amigo también ¿Ya no te acuerdas del día
que te arregló la boleta?
— ¿Ahora me vas a sacar los papeles en cara?
— No, pero es que eres tan insensible…!
— ¿Insensible yo? ¿Y qué me dices de todas las insensibilidades
de que Roberto tiene conmigo y con todas las mujeres del
mundo?
Gerardo se le quedó mirando con un aire de sospecha:
— Si no fuera porque esto es demasiado raro Eva, te preguntaría
si tienes algo que ver con la crisis emocional de Roberto.
Mañana tiene una cita con el psicólogo.
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Poco a poco, la compañía de Roberto se convirtió en un
fardo para sus más allegados.
Todos extrañaban al que antes era y sus comentarios fuera
de lugar. Ni siquiera Gerardo lo soportaba. Hacían falta las salidas
de Roberto. Su humor insano en las conversaciones. Era como
si al grupo le faltara el alma. Hasta Eva extrañaba las peleas con
Gerardo por haber apoyado una patanería del otro. Como ya no se
sentía herida, Gerardo tampoco tenía razones para consolarla. Ya
no tenían cabida las espectaculares reconciliaciones.
Roberto se había aislado totalmente del mundo. Era muy
infeliz; se le notaba en la cara, en los gestos, en el caminar. En
la inesperada sensibilidad por las artes y las buenas causas, en su
llanto en el cine. Lo que quedaba de él era una sombra de pena.
Una tarde, después del trabajo, Gerardo pasó por el apartamento
de Eva.
— Hola, linda — le dijo al verla descalza, con unos shorts
y una desgastada camiseta de Hard Rock Café Barcelona con las
mangas recortadas.
Ella lo tomó por la corbata y lo atrajo hasta su cara para
darle un gran y ruidoso beso.
— ¿Cómo te fue hoy, guapo?
— Eh, normal…. Oye ¿sabes quién se murió?
— Nop. ¿Quién? Dijo Eva sin mucha alarma. Gerardo lo
había mencionado como quien dice que se murió algún artista.
— ¿Te acuerdas de la señora que le limpiaba el apartamento
a Roberto?
— Doña Agustina ...!!! — gritó ella, sin poder ocultar su
asombro.
— ¡Esa misma!
— ¡Cómo no la voy a conocer! Oye, y ¿qué le pasó? ¿Cómo
fue? — su tono de preocupación le extrañó un poco a Gerardo.
— ¿Estás bien, mi vida? No sabía que eras tan cercana a esa
señora. Si me dicen que te ibas a poner así, te hubiera preparado
para darte la noticia.
— Pero ¿qué le pudo haber pasado a esa mujer? Tiene que
haber tenido la vida más aburrida del mundo.
— Pues parece que fue un accidente bien raro — dijo él,
soltándose el nudo de la corbata, de aquella manera que a Eva le
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cortaba la respiración. — Pues, si… mira que hasta risa da. Parece
que la pobre estaba durmiendo una siesta por allá por su casa, debajo
de un árbol de guanábanas maduras, cuando una enorme le cayó
en la cabeza y la dejó inconsciente. Parece que el golpe no fue lo
que la mató, si no una mezcla entre asfixia por pulpa de guanábana
y un ataque de talingos asesinos que querían comerse la fruta. Es
una vaina de lo más macabra y cómica al mismo tiempo.
— O sea — dijo Eva usando aquella muletilla que Gerardo
detestaba y entre muerta de la risa y triste al mismo tiempo. — ¡Me
estás tomando el tiempo!
—Te lo juro, mi amor, no es cuento... Parece que estaba
sola con sus nietecitos pequeños, que no pudieron hacer nada por
ayudarla. Cuando llegó la gente grande de la casa, ya la pobre
Agustina estaba en las últimas.
Eva no sabía si reír o llorar. “¡Pobre Agustina!” se dijo a sí
misma.
Su plan estaba destruido. Muerta su cómplice por la mano
del destino, ella no tenía manera de seguir adelante. Quizás ahora le
tocaría a ella pagar por sus actos de maldad… acaso con una muerte
peor que la de Agustina, quien sólo había sido un instrumento para
su venganza.
— ¿Y qué puede decir el acta de defunción de esa pobre
mujer? ¿Cuál es la causa de la muerte?
—No sé. Me imagino que trauma, asfixia y muerte a picotazos.
¡Yo que voy a saber de eso, linda! Yo de forense no tengo nada.
—Muy gracioso, Gerardo. — dijo Ella mientras tomaba el
control remoto del televisor.
Los días pasaban y Eva no se atrevía ni a preguntar por
Roberto, temiendo que alguien pudiera vincularla a su extrañísimo
achaque, pero las noticias fueron llegándole solas.
Poco a poco, el chauvinista fue recuperando el control de
sus emociones y de su vida, hasta volver a ser el que era antes del
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tratamiento al que Eva lo había sometido. No pasó como en los
cuentos de hadas, en los que algo sobrenatural transforma a los
seres. Roberto no aprendió de la lección ni se volvió respetuoso.
Tiempo después Eva y Gerardo dejaron de ser pareja. Eva
salió de aquel mundo en el que Roberto ocupaba un puesto muy
importante. Una tarde en que caminaba por el circuito del Parque
Metropolitano, como hacía siempre que tenía tiempo y sentía que
le faltaban fuerzas para seguir adelante sola, se encontró con Roberto.
El mismo a quien un par de años antes se había dado a la
tarea de atormentar.
— Hey, guapa, ¿cómo va todo?, tiempo de no saber de ti.
— Nada, pues, Roberto; aquí, tú sabes, en la lucha.
— ¿Qué me cuentas Eva? ya no se te ve por ningún lado.
— Ningún lado en el que me pueda encontrar con alguno
de ustedes.
— Pero, Eva ¿por qué dices eso?
— Todos nosotros te queremos mucho!... Hey, si tú y Gerardo
ya no andan, eso no es problema de nosotros. ¡Éramos un grupo!
— Eramos, tú lo has dicho. Tendría que ser una masoquista
para seguir parqueando con los amigos de un novio al que todavía
no puedo superar.
— Hey, para que veas que no hay hard feelings, te invito
un trago esta noche. Anda, refréscate, y paso por ti en una hora.
Eva se sintió sin opción, y la verdad no tenía muchas ganas
de oponerse. Para su sorpresa, la pasó muy bien con aquel tipo
que había llegado a detestar con todas sus fuerzas. Al despedirse,
Roberto la atrajo hacia si y le plantó un beso en la boca a Eva, de
esos que son buenos simplemente por que no se están esperando.
Cuando se separó de ella, que tenía los ojos entrecerrados y los
labios enrojecidos, le susurró al oído “no está mal para un hombre
que odia a las mujeres, ¿verdad?”.
— ¿A qué te refieres?
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— Vamos, Eva! ¿Qué tan inocente crees que soy? ¿O es
que acaso crees que no cometiste ningún error y tu crimen iba a
pasar inadvertido?
— ¿De qué hablas?
— Yo sé todo, Eva. Y créeme que si hasta ahora no he
hecho nada no es por falta de pruebas. En cuanto tú y Gerardo terminaron,
las últimas piezas cayeron en su lugar. En las borracheras
que se pegó después de aquella ruptura, salieron a relucir todos tus
trapos sucios, entre ellos, el tiempo que invertiste analizando mi
“aversión” por el sexo femenino. No te esfuerces por negarlo. Te
he dicho que tengo todas las pruebas que te acusan. Agustina dejó
miles de cajitas y empaques de pastillas que obviamente no eran para
ella. Costosísimos tratamientos hormonales que no se podían pagar
con la miserableza que yo le pagaba. — Te voy a evitar la molestia
de tener que contarme tu plan y su ejecución. Yo mismo lo haré.
Mientras Roberto hacía su exposición con increíble exactitud,
Eva lo miraba tratando de disimular el frío que le corría por la
espalda y la adrenalina que se le derramaba por el cuerpo. No podía
decidir si quedarse sentada o salir corriendo de la Nissan Pathfinder
de Roberto. Este parecía furioso y, al mismo tiempo divertido.
Tenía la sartén por el mango. Era el único que sabía todo lo que
había que saber en ese momento. Eva tenía dos opciones. Negarlo
hasta morir. O hacerse la malita y confesarlo. Simplemente sonrió
y dijo: — “No está mal — se refería al beso de sopetón, — pero
podría mejorar”.
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