(Fragmento)
Otro sábado por la tarde de otra semana, de otro mes, de otro año. Ella está sola en la cocina. No hay para quién cocinar. La casa está vacía. Enciende el aparato de música y toca un disco compacto que alguno de sus hijos dejó olvidado en la casa. Solamente le dejan los que no están de moda. Pero ella los disfruta igual.
Trae puestos los pantaloncitos cortos de alguna de las niñas, los cuales le quedan perfectos, como hechos a la medida. Lleva una camiseta vieja de su esposo, traspasada de minúsculos agujeros y suave al tacto como resultado de muchas más sesiones de lavadora de las que fue diseñada para soportar. Casi puede verse a través de la tela. Camina descalza sobre los mosaicos blancos recién encerados, tomándose una cerveza nacional, helada. Le encanta que el piso esté inmaculado, pues le fascina caminar sin zapatos. La sensación de polvo en las plantas de sus pies es inconcebible. La casa huele a limpio y a tranquilidad. Lo que necesitaba. El tiempo de un sábado tiene una magia distinta al tiempo de un domingo o al tiempo de un día de semana. El tiempo del sábado te lleva a más tiempo en el domingo. Las posibilidades de un sábado son infinitas. El tiempo del domingo solamente te puede llevar a un lunes. Quizás es por eso que cuando a la gente le sobra tiempo y las posibilidades son infinitas, suelen decir que parece un sábado.
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